Desde el campamento de Dar Salam estuvimos dos horas esperando a que un coche parara y accediera a llevarnos hasta Kedogou cruzando la carretera principal del Nioko Koba. Casi todos los vehículos que pasaban eran grandes trailers que se dirigían a Mali y los pocos sept-place que vimos ya estaban completos. Esperamos tanto rato que al final el dueño del campamento nos sacó un banco y un poco de té.
Nuestros salvadores fueron un grupo de malienses que nos hicieron hueco en su 4×4 por 6000 CFA. La carretera que cruza el parque del Niokolo Koba es una auténtica pesadilla, pues la lluvia y los cientos de camiones que la atraviesan cada día hacen que esté llena de socavones y baches. Cuando se cruzan dos trailers solo puedes apartar la vista, rezar y esperar que todo salga bien. Paramos a la mitad del trayecto para ir al baño y hacer fotos a unos monos que correteaban por allí. La carretera es de tierra y está dentro de la reserva natural del Niokolo Koba, por eso no es raro ver algún que otro animal. De hecho, un poco más adelante un niño que estaba esperando en un camión averiado le dijo a nuestro conductor que había visto dos leones hacía unas horas.
A lo largo del camino nos fuimos encontrando con diferentes camiones parados al lado de la carretera aunque por suerte o milagro ninguno de ellos estaba volcado.
Llegada a Kedogou
Íbamos tan rápido que el coche saltaba a veces, aunque la verdad es que era moderno y estaba en buenas condiciones. Después de horas de baches llegamos por fin a Kedogou, donde nos esperaba nuestro guía Doba. Se presentó y nos invitó a comer con él antes de acompañarnos al pueblo para cambiar dinero y comprar algunas galletas y agua. Estuvimos negociando con él los precios y cuando acabamos nos llevó hasta uno de los campamentos de Kedogou para que descansáramos.
Al día siguiente nos despertamos temprano y en el desayuno Doba nos preguntó si nos importaría que se uniesen dos chicos más a la visita. Le dijimos que no y así fue como conocimos a Alba y Óscar. Con ellos compartimos la experiencia de conocer algunos de los pueblos del País Bassari, una de las zonas de Senegal que mejor conserva sus raíces y tradiciones africanas. En toda la zona del País Bassari es imprescindible moverse en 4×4 debido al mal estado de las carreteras y caminos. Las distancias no son muy largas pero recorrerlas es siempre dificultoso.
Visita al poblado de Andiel
Llegamos a Andiel a media mañana y en la entrada del poblado nos recibió un grupo de niños y mujeres para acompañarnos hasta la aldea en sí, pues Andiel es un poblado Bédik que está situado en lo alto de una colina. Sus habitantes viven en la montaña porque no están dispuestos a perder sus costumbres ni tradiciones. El problema es que todos los campos de cultivo se encuentran en la base de la colina y eso provoca que tengan que subir y bajar cada día cargados con alimentos. Están muy acostumbrados, así que los colocan sobre sus cabezas y emprenden el camino como si no llevaran peso.
Algunas de las mujeres con las que nos cruzamos llevaban la nariz perforada. No obstante, muchas de ellas habían sustituido la tradicional púa de erizo por un palo de chupa-chups. Durante el recorrido, Alba fue repartiendo caramelos a los niños del poblado, que estaban encantados y no dejaban de perseguirla.
Llegamos por fin a la plaza principal de Andiel y allí nos encontramos con el jefe de la aldea: Taba Keita. Por norma general, para visitar los distintos poblados cada persona tiene que pagar 1000 CFA para contribuir con la economía del lugar. El encargado de cobrar este pago es siempre el jefe del poblado. Él nos acompañó durante la visita a la aldea y nos explicó que cada familia tenía una responsabilidad distinta. Por ejemplo, estaba la familia encargada de gobernar y la familia que organizaba las celebraciones.
A esa hora los hombres estaban trabajando en el campo, así que en el poblado solamente quedaban algunas mujeres que hacían y vendían bisutería. Nos explicaron que en esa zona el cultivo más frecuente es el maíz y el cacahuete. Dimos un agradable paseo por Andiel y seguimos caminando hasta llegar a un mirador desde el que pudimos contemplar el poblado en su máximo esplendor, mágicamente integrado en la naturaleza.
Los habitantes de Andiel son animistas y por lo tanto creen que los objetos y los elementos naturales poseen alma o vida propia. Además, para ellos existe una fuerza vital que conecta de forma universal a todos los seres con alma. De esta manera, su religión nos ayuda a entender su conexión con la naturaleza. A día de hoy en Senegal solamente un 5% de la población es animista y este porcentaje se ve representado sobre todo en las etnias más tradicionales.
Antes de acabar la visita nos hicimos algunas fotos con el jefe del poblado, que posaba muy serio junto a nosotros. Hablamos con él un rato e incluso aprendimos a decir varias palabras en su idioma. Finalmente, volvimos a bajar la colina junto a un comité de despedida formado por los mismos niños que nos habían recibido al llegar y nos despedimos del bellísimo poblado de Andiel.
Fuimos a comer a un campamento situado en Dindefelo donde pudimos disfrutar de un rico arroz con pollo (especialidad del país). Además, después de la comida estuvimos tomando el té con Doba y su mujer y fue entonces cuando nos presentó a su hija, una pequeña senegalesa guapísima. Nuestro guía había nacido en la aldea de Dande, un poblado situado en un altiplano a unos 40 minutos andando desde donde estábamos. Es allí donde teníamos que ir a dormir así que no nos entretuvimos y nos pusimos en marcha.
Subida hasta la meseta de Dande
La subida fue preciosa, en el horizonte no había mar o edificios sino bosque. Un bosque infinito que se extendía más allá de donde alcanzaba nuestra vista. Ese camino es el que cada día hacía Doba de pequeño para ir al colegio. Aún ahora, muchos hombres todavía subían cargados con tres paquetes de agua, cemento o 25 kilos de arroz. Nosotros llegamos agotados y eso que íbamos ligeros de equipaje.
Cuando por fin alcanzamos la meseta ya empezaba a anochecer. El paisaje era de un verde tan intenso que no parecía real. Además, los termiteros en forma de champiñones le concedían un aire muy original. Llegamos al poblado de Dande maravillados. Dejamos las mochilas en las cabañas del campamento y descansamos hasta la hora de cenar.
Después de la cena, volvimos a untarnos en repelente de mosquitos y fuimos a ver las estrellas con nuestro guía y otros hombres de la aldea. Tenían montada una estructura de madera en la que te podías tumbar para observar el impresionante cielo nocturno africano. Allí estuvimos durante horas, charlando y contemplando la nitidez de la vía láctea.