La Cartuja de Valldemossa: residencia de artistas e intelectuales

El punto desde el que partimos esta vez es la Cartoixa situada en Valldemossa, un pequeño pueblo de montaña mallorquín. Ubicado en un valle en la sierra de Tramuntana y orientado hacia el mar, el pueblo de Valldemossa se ha convertido por su emplazamiento, su encanto rural y las múltiples personalidades famosas que residieron en su Cartuja en uno de los pueblos mallorquines por excelencia.

La Cartoixa de Valldemossa destaca a lo lejos entre las bajas casitas que forman el pueblo. Antes de ser utilizado como Cartuja, el edificio fue un palacio real construido en el año 1309 por el Rey Jaime II sobre una edificación mora. El hijo de éste sufría de asma y Valldemossa, entre montañas, olivos, encinas y almendros, parecía el lugar ideal para que descansara y guardara reposo.

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Fue en el 1399, una vez acabada la dinastía mallorquina, cuando el palacio fue convertido en cartuja. Los monjes convirtieron el patio de armas en un claustro, cambiaron los salones por celdas y transformaron la antigua cocina en una iglesia. Fue en esta época en la que el escritor y por aquel entonces ministro de justicia Gaspar Melchor de Jovellanos fue desterrado en la Cartuja de Valldemossa.

Casi quinientos años más tarde, en 1835, la Cartoixa pasó a manos privadas y se produjo la exclaustración de los monjes cartujos. Fue a partir de entonces cuando el monasterio acogió a grandes escritores, artistas e intelectuales de la época de la talla de Rubén Darío, Azorin, Unamuno, Eugeni d’Ors o Santiago Rusiñol.

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Sin embargo, las dos grandes personalidades que más destacan como huéspedes de la Cartuja son el compositor Frédéric Chopin y su pareja, la escritora George Sand. Pasaron el invierno de 1838 en Mallorca, en la celda número 4 de la Cartuja, donde él compuso algunos de sus Preludios, una Polonesa y también su segunda Balada. Las malas lenguas dicen que los habitantes de Valldemossa no tenían demasiado aprecio a George Sand, pues la consideraban una provocadora por llevar pantalones y fumar en público. Por otro lado, la escritora tampoco tenía en alta estima a las gentes del lugar, lo cual queda reflejado en su libro “Un invierno en Mallorca”, donde criticaba severamente las costumbres mallorquinas.

En la celda número 4 de la Cartuja, todavía se pueden ver algunas de las partituras del músico y el piano Pleyel que Chopin hizo traer desde París. Asimismo la Cartuja ofrece unas bonitas vistas a todo valle.

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Dejando a un lado la Cartuja, el pueblo de Valldemossa tiene mucho más que ofrecer al visitante. Estrechas calles peatonales en cuesta, balcones llenos de flores y casas de piedra y persianas verdes. Además, cuenta con la peculiaridad de que todas sus casas tienen vistosos azulejos de colores dedicados a la Beata Catalina Thomás. “Catalina Thomás ruega por nosotros”, podemos leer en muchas de ellas. Si nos interesa el tema, podemos visitar también una pequeña capilla dedicada a la beata donde se explica con más detalle su vida y devoción.

Por otro lado, no podemos abandonar el pueblo de Valldemossa sin haber tomado antes una coca de patata y un granizado de almendras, ambos muy típicos del lugar e imprescindibles para completar la visita.

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