Sagada y sus cuevas

Llegamos a Sagada, un pequeño pueblo de Filipinas en el techo de un jeepney. Son unas tres horas de camino desde Banaue, agarrados a la baca de hierro del vehículo, junto al equipaje. Es incómodo pero el paisaje es espectacular, la sensación es parecida a la de ir en moto, el viento te pega en la cara. De vez en cuando van subiendo filipinos, que se agarran con fuerza a la parte de atrás del jeepny. Cuando éstos quieren bajar golpean el techo insistentemente y el conductor para. El viaje es algo movido porque hay muchos tramos de carretera que están aún en construcción.

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El jeepney es uno de los transportes públicos más utilizados en las Islas Filipinas. Estos vehículos son conocidos por su colorida decoración y arte tradicional filipino. Originariamente los jeepneys fueron hechos con los jeeps militares estadounidenses que sobraron después de la segunda guerra mundial. La palabra jeepny viene de añadir a la palabra “jeep” el sufijo “ny”, que significa colectivo. De este modo se crea un nuevo concepto: un pequeño autobús de colores con una ruta fija y unos horarios más que flexibles.

Llegamos a Sagada al medio día y elegimos el restaurante Masferré para comer algo. Este restaurante rinde homenaje al famoso fotógrafo filipino Eduardo Masferré, nacido en Sagada y que realizó importantes trabajos relacionados con indígenas de las islas filipinas. Por desgracia, su trabajo no fue reconocido hasta después de su muerte.

En Sagada, hay muchos hoteles y restaurantes ya que es un destino bastante turístico por sus cuevas. Se ven muchos edificios en construcción, una tarea difícil y poco segura en esta zona. También hay tiendas de recuerdos y camisetas. Además llama la atención un taller de confección de bolsos que se puede ver mientras se pasea por la calle principal.

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Nos dirigimos a las cuevas de Sumaging, una de las mayores atracciones turísticas del lugar. Contratamos un guía en la entrada, es imprescindible para explorar las cuevas. Pasaremos dos horas dentro de las cuevas de Sumaging. El suelo es muy resbaladizo y hay que ir con cuidado para no caerse. Los zapatos se quedan en la entrada. Se escuchan los murciélagos en lo alto de la cueva y se ven sus excrementos en la roca. Las estalactitas y estalagmitas cada vez están más cerca, el camino se va estrechando. Hay que bajar algunas paredes con cuerdas y adentrarse a través de agujeros. Esta excursión es una verdadera aventura.

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En la cueva, la roca va creando formas: un elefante junto a su cría, un pastel de chocolate, el vientre de una mujer embarazada. Llega el momento de mojarse, el agua te llega hasta el pecho y esta muy fría. Es realmente emocionante. Hay alguna zona de más dificultad pero nuestro guía siempre está ahí tendiéndonos la mano y ayudándonos a no caer. Acabamos la excursión empapados y llenos de barro, pero encantados de haber vivido una experiencia así.

De vuelta al pueblo vemos a muchos niños jugando en la calle. Con una pelota y una tabla de madera juegan a béisbol. Otros utilizan plantas a modo de pelotas y juegan a hacer toques. Se oyen gritos y muchas risas.

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