La ciudad de la buena gente

Nos trasladamos a Dumaguete, en la isla de Negros (Filipinas), ciudad universitaria, pues cuenta con siete universidades. Sin embargo no es éste el motivo de nuestra visita. Dumaguete atrae a muchos turistas y buceadores gracias a sus ricas aguas. También se dice que pueden verse ballenas y delfines desde sus costas. La ciudad es comúnmente conocida como la ciudad de la buena gente.

–          ¿Cuál es la playa más bonita?- preguntamos al conductor del jeepny.

–          La playa del Dorado.- nos contesta entre risas.

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Llegamos a nuestro destino en unos veinte minutos, en la entrada hemos de pagar ya que se trata de un lugar privado, la playa pertenece a un lujoso resort.

La playa del Dorado está prácticamente vacía, es estrecha y su arena está teñida de marrón, parece azúcar moreno. Hay palmeras, unas pocas hamacas y algunos barcos de pequeñas dimensiones. Nada más llegar nos encontramos con un grupo de buceadores con el traje de neopreno a medio poner y las bombonas de oxígeno a su lado. En las tumbonas hay una mujer que lee hacia abajo, con el libro apoyado en la arena, parece tranquila.

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El agua no es especialmente clara pero está limpia. Cojo mis gafas de bucear, el tubo… ¡Y al agua!

Hay piedrecitas al entrar en el mar, entre ellas se camuflan peces de color marrón y gris. Se pueden ver caracolas, conchas y pequeñas algas, entre ellas peces de diferentes tamaños. Los hay grandes y planos del color de las piedras y también más pequeñitos, a rallas negras y amarillas. Llegando a las boyas, cada vez está más fría el agua, lo notó sobre todo en los pies.

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En la costa un hombre acaba de zambullirse. Yo llevaba un rato bajo el agua, respirando por el tubo, al sacar la cabeza del mar, el filipino que acababa de entrar en el agua llamó mi atención. Me acerqué para ver qué quería. Cangrejos, tenía por lo menos cuatro cangrejos intentando escaparse de sus manos. Hablamos durante un rato. Se extrañó al descubrir que en España tenemos cuatro estaciones y no dos. En Filipinas solamente distinguen entre la época de lluvias y la seca. También le pareció curioso que en nuestro país no hubiera tifones. “La semana pasada hubo aquí un tifón muy fuerte, nueve barcos acabaran en la arena destrozados”, explicaba con lujo de detalles y muchos gestos. Después de un largo rato, nuestro nuevo amigo salio del agua. Yo volví a zambullirme, había unos pececillos pequeños pero muy azules, de un azul eléctrico que eclipsaba la vista.

Salí del mar, salada y algo cansada de nadar. Me tumbé en la hamaca y allí permanecí, bajo el sol, un sol que abrasaba la piel.

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