La primera parada que realizamos en la isla sur de Nueva Zelanda es el Abel Tasman Park, situado en la costa oeste. Este impresionante lugar abarca múltiples caminatas y paseos junto al mar. La arena de sus playas es de color naranja brillante y los caminos ofrecen una vegetación frondosa y unas vistas de primera clase.
Cogemos un barco con el que llegamos a la parte norte más alejada del parque: Totaranui, sin embargo no desembarcamos allí, sino que lo hacemos en la bahía de Bark. Éste es el inicio de la excursión de 4 horas que realizaremos hasta llegar a la playa de Anchorage. Durante la travesía en barco pasamos por numerosas bahías, playas y formaciones rocosas, no obstante, el frío, el viento y las olas que mueven la embarcación dificultan el deleite de los pasajeros. Una de las veces que conseguí estirar el cuello y mirar hacia fuera me topé con una roca bien característica. Se trataba de una oscura formación circular casi perfecta abierta por la mitad, como rota por un potente rayo. Otra de las veces que me armé de valor y me acerqué a la proa del barco pude ver bien cercanas una docena de focas estiradas sobre las rocas.

Después de más de dos horas de trayecto, y entre pulmonía e hipotermia, llegamos a la bahía de Bark, el punto de partida de nuestro paseo.
En general, el Abel Tasman Park es un lugar muy popular y transitado entre los excursionistas por la belleza de sus senderos. Se trata también de una zona de grandes mareas por lo que hay que ir con cuidado pues ésta puede subir o bajar hasta 6 metros. Hay algunas casitas cerca de la costa, sin embargo todo aquel que quiera electricidad, tendrá que generarla por su propia cuenta.
En nuestro camino, de vez en cuando nos cruzamos con alguno de los compañeros del barco, que saluda más o menos amistosamente. El suelo está blando a causa de la humedad y hay muchos riachuelos y puentes por los que cruzar. No se ve el mar en todo momento, pero cuando éste aparece deslumbra.
Personalmente, me roba el corazón una de las playas con las que nos topamos. Al fondo se ven montañas, más cerca un límpido mar y en la orilla un sencillo banco de madera y un columpio.


Ya al final de la caminata llegamos a la playa de Anchorage, con su arena naranjiza y sus perfectas caracolas y conchas de tonos rosáceos, púrpuras y grises.
La vuelta al camping es justo a tiempo para disfrutar de la puesta de sol.
