Nos levantamos a las cinco de la mañana por una tormenta que nos dejó sin luz y por lo tanto sin aire acondicionado. Como consecuencia, un calor terrible invadió la habitación y vino acompañado de mosquitos. Veíamos rayos y relámpagos desde la ventana y las palmeras se doblaban sobre sí mismas. Cuando no pudimos más nos levantamos y fuimos a darnos una ducha. Al principio no había agua caliente y al final no había ni si quiera agua. Acabamos de ducharnos como pudimos y fuimos a desayunar, pues ya teníamos ganas de dejar el hotel. Aquel día teníamos que cruzar la frontera con Gambia y entrar en el país, lo cual no iba a ser nada fácil.
Ruta en sept-place desde Senegal a Gambia
Siete en un coche y la incomodidad de viajar en Senegal
Paramos un coche nada más salir (y sorprendentemente se detuvo a pesar de ir bien lleno). A mí me sentaron en el asiento del copiloto encima de una senegalesa vestida con sus mejores galas. Ella me sonreía muy amablemente y me tocaba el brazo. Yo iba con la cabeza de medio lado porque recta no me cabía. No sabía si intentar sacarla por la ventana o qué hacer. Por suerte, no duró mucho la situación porque ella enseguida bajó.
Llegamos a la estación de autobuses de Mbour sin más percances y allí acabamos cogiendo un taxi compartido (un sept place) pero esta vez solo para nosotros. Bueno, nos acompañó una mujer que nos ayudó a hacer las gestiones y a la que le salió el viaje gratis. Le dijimos que no entendíamos el francés, pero ella no se dio por vencida y nos estuvo explicando cosas (no sé qué) durante todo el trayecto hasta Kaolack.
Desagradable parada en la estación de Kaolack
Kaolack es un lugar de paso, y ojalá no lo fuera porque no hay absolutamente nada allí. Llegamos a la estación de autobuses, que estaba completamente encharcada por las lluvias del día anterior, y desde allí buscamos algún lugar donde comer. Entramos en dos fast food y ninguno de ellos nos convenció así que cogimos un taxi hasta el centro de la ciudad para acabar en un restaurante donde no sé si comimos más nosotros o las moscas que sobrevolaban nuestros platos. Comimos un arroz con carne realmente picante, bueno, lo de comer es un decir.
Queríamos abandonar la ciudad cuanto antes porque ya íbamos con mucho retraso y al salir del restaurante cogimos un taxi (el más caro del viaje), pues nos acercó una calle (que ni si quiera era larga) para después cobrarnos la tarifa estándar de 500 CFAS.
Volvemos a negociar en la estación el precio para que nos lleven hasta la frontera con Gambia. Al final acabamos subidos a un sept place al que tienen que empujar cinco hombres para que se ponga en marcha. ‘¿Con este coche vamos a llegar?’, me pregunto yo. Pero sí, finalmente acabamos llegando. El trayecto en coche no tiene desperdicio y las vistas del delta Siné-Saloum nos amenizan el viaje. Al llegar a la frontera salimos del coche y nos dirigimos al control en el que sellamos el pasaporte y continuamos sin mayor problema.
El timo del visado para entrar en Gambia
Cuando ya estábamos negociando con el taxista para que nos llevara a la siguiente parada se nos acerca un policía y nos dice que no hemos pasado por el control. “Llevo un rato llamándoos, ¿no me habéis escuchado?”, nos pregunta el policía. Y es que claro que habíamos escuchado que nos llamaban pero entre los taxistas y los que querían cambiarnos dinero la voz del policía había pasado desapercibida. Resulta que habíamos sellado el pasaporte en la frontera de Senegal pero no habíamos hecho lo propio en la de Gambia.
Entramos en unas oficinas con varios pasillos y salas diferentes. Nos sentamos y nos dicen que tenemos que pagar una VISA de 3.000 dalasi por cabeza para poder entrar. ¡Casi 60 euros! Teniendo en cuenta que si entras en Gambia por aire (en avión) no existe ningún tipo de visado y que nuestro guía Pascal nos había dicho que no pagáramos en ningún caso más de 15€ por persona, nos pareció un atraco a mano armada.
Estuvimos largo rato intentando hablar/negociar con ellos: que si no podíamos pagar tanto dinero, que si éramos estudiantes, que si blablablá… Nada funcionó. Aunque la verdad es que fue todo un gusto poder hablar en inglés y olvidarnos por un rato del francés. Al final nos sacaron un papel medio arrugado y mugriento en el que ponía que existía una visa y que el precio de ésta podía oscilar entre 1.000 y 3.000 dalasi. ¡Claro y a nosotros justamente nos toca pagar el precio máximo! No hubo manera de evitar el visado y al final acabamos cediendo. Un detalle curioso es que allí funcionaban con registros en papel pero en las oficinas contaban con ordenadores y tecnología de última generación.
Más tarde nos enteraríamos de que se acababa de celebrar el Tabaski, una de las mayores festividades musulmanas. En ella la tradición manda sacrificar un cordero, cuyo precio era de unos 10.000 dalasi. ¡Una auténtica barbaridad para lo que son los precios de allí! Pues bien, antes y después del Tabaski todo el mundo intenta conseguir el máximo dinero posible. ¡Se necesitan más de tres visados turísticos para comprar un cordero!
El taxista nos esperó mientras estuvimos dentro negociando con los policías y también mientras sacamos dinero. Finalmente, fue él quien nos llevó a Barra. Allí nos esperaba un ferri para cruzar hasta Banjul, la capital de Gambia.
Ferri desde Barra y llegada a Banjul
El barco estaba lleno de ratitas pero por lo demás todo bien. Llegamos de noche a Banjul, después de todo el día de viaje, y cogimos el último taxi antes de llegar al hotel. Nos dejó un poco alejados de la entrada y tuvimos la suerte de cruzarnos con el dueño del resort en el que nos alojábamos (él mismo nos lo dijo y nos ayudó a encontrar la recepción).
El hotel Kololi Beach Club está situado en primera línea del mar y cuenta con un enorme jardín donde se encuentran los bungalows en los que se alojan los huéspedes y por donde campan a sus anchas los monos. En la recepción nos atendieron muy amablemente y nos acompañaron a nuestro bungalow. ¡No podíamos creérnoslo! Después de lo duro que había sido el día, por fin habíamos llegado a Gambia… ¡y a qué sitio! Aquella noche cenamos un rico plato de espaguetis boloñesa y nos dejamos mimar por los lujos del lugar. “Mañana no nos movemos de aquí”, dijimos.