La Petite Côte: Joal Fadiouth y Mbour

Desayunamos en nuestro hotel de Somone y nos dimos un baño en la piscina antes de salir para coger fuerzas. Paramos un coche en la puerta del hotel y nos dirigimos hasta el cruce de carreteras donde nos había dejado el sept place el día anterior, desde allí otro coche nos llevó a la estación de Mbour. Una vez en la estación y después de mucho negociar acabamos aceptando que un conductor nos llevara a la localidad de Joal-Fadiouth.

Tuvimos un viaje tranquilo sin contar con los ya habituales incidentes que ocurren en las carreteras de Senegal (cabras o iguanas cruzando, accidentes de tráfico, etc). A mitad de camino, el conductor paró un momento, abrió el capó del coche, atornilló a saber qué y seguimos como si nada. Vamos, lo normal. El problema lo tuvimos al llegar a Joal-Fadiouth. “¿Cómo que 5.000 CFA?”, decía él. “¿Cómo que 7.000 CFA?”, contestábamos nosotros. Nosotros enfadados y de los nervios, el conductor diciendo que ese precio lo había dicho su compañero y al final el señor de la oficina de turismo tuvo que acercarse a mediar. La verdad es que fue toda una suerte porque hablaba inglés perfectamente. Después de muchas malas caras y reproches le dijimos que solo le pagaríamos lo acordado y que el precio no podía cambiar durante el trayecto. Él seguía en sus quince pero el hombre que trabajaba en la oficina de turismo y que estaba actuando como una especie de juez acabó por darnos la razón. Finalmente accedimos a darle 6.000 CFA por buena voluntad y porque estaba siendo tan insistente que medio nos acabamos creyendo su discurso.

Joal-Fadiouth es una localidad compuesta por un pueblo costero (Joal) y una isla muy peculiar (Fadiuth). Nos dirigimos a la oficina de turismo de Joal y allí contratamos un guía en español para que nos enseñara la zona. Su nombre era Pascal y había nacido y vivido desde siempre en la isla de Fadiuth.

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Cogimos una piragua para cruzar el estuario que separa Joal de Fadiouth y de otras islas e hicimos la primera parada en una pequeña islita donde tuvimos la ocasión de plantar un manglar. Estaba lleno de agujeros de donde salían cangrejos violinistas (o así los llamaba Pascal) porque tenían una enorme pinza que recordaba al instrumento y que les servía para defenderse. El paseo en piragua fue muy agradable y vimos de cerca todos los manglares cubiertos de ostras. Por lo visto, el precio de éstas era bastante más asequible que en España.

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Volvimos a coger la piragua y esta vez paramos en uno de los lugares más bonitos y sorprendentes que pueden visitarse en la zona: el cementerio de Joal-Fadiuth. En este camposanto están enterrados tanto musulmanes como cristianos, algo realmente inaudito. Además, la isla en la que se encuentra el cementerio está formada por millones de conchas, por lo que el suelo es blanco y el lugar cobra así un aspecto aun más mágico y puro. El blanco solemne de las conchas y de las lápidas contrasta con la viva y verde vegetación del lugar. Pascal nos explica que ellos son muy tolerantes con la religión y como ejemplo nos habla de su tío que tiene 3 hijas (dos de ellas católicas y una musulmana). En cada familia los hijos pueden decidir qué religión quieren practicar, sin que estén obligados a seguir las creencias de sus padres. Paseamos por el cementerio maravillándonos con las historias que nos cuenta Pascal y disfrutando de las vistas únicas.

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Al cabo de un rato cruzamos un puente de madera que separa la isla en la que se encuentra el cementerio de la isla de Fadiouth. Toda la isla está formada con conchas de diferentes moluscos; sobre todo ostras, almejas y berberechos. También las casas están construidas con un conglomerado hecho con distintas conchas. Caminamos por las callejuelas de Fadiouth durante un buen rato y visitamos el gran baobab que se encuentra en la plaza principal, la iglesia, la mezquita y el colegio. Todos los locales saludan a Pascal cuando lo ven pasar. Como ya es la hora de comer nuestro popular guía nos lleva a un modesto restaurante con vistas al estuario. Él come con su familia así que nos quedamos solos para disfrutar de un buen plato de pescado y arroz (yassa poison). Al acabar la comida se ha secado todo el estuario y los cerdos y cabras se pasean por el lecho que ha dejado el agua.

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Pascal vuelve con nosotros a Joal e incluso nos acompaña hasta una tienda de Orange para que podamos comprar una tarjeta SIM del país. Nos despedimos de él muy agradecimos y seguimos nuestro camino. Paramos un coche que también va a reventar y en esta ocasión se sientan tres pasajeros delante, uno de ellos sobre el cambio de marchas. Así llegamos a la estación y desde allí pudimos coger fácilmente un sept place hasta Mbour. Queríamos acercarnos hasta la gran mezquita, al mercado y también al puerto para ver llegar a los pescadores.

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Mbour cuenta con una moderna mezquita de color rosa chicle que está decorada con un jardín de palmeras. No llegamos a entrar en el interior pero sí que dimos una vuelta por el patio delantero. Allí descansamos y al salir cogimos un taxi hasta el mercado. El mercado de Mbour es uno de los más grandes de la zona y por lo tanto es también uno de los más bulliciosos y sucios. Cientos de colores, gentes, animales y olores se mezclan entre los puestos de ropa y alimentos. En el suelo, un mar de plásticos te indica el camino. Ajetreo, gritos, pobreza, risas y algo de dinero. Un lugar auténtico allá donde los haya. Pasemos por las calles principales e incluso compramos algo antes de dirigirnos al puerto pesquero.

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Cientos de personas se concentran en la playa para ver llegar los barcos cargados de pescado. Nos sentimos bastante observados y enseguida la gente se nos acerca y nos empieza a preguntar de dónde venimos, qué hacemos, etc. Uno de los hombres se vuelve especialmente pesado y después de despedirnos de él tres o cuatro veces sigue con nosotros. La técnica de ignorarlo no funciona así que decidimos irnos porque nos está incomodando. Nos persigue durante un rato, aunque finalmente se acaba cansando. Ya no nos atrevemos a volver a la playa principal así que buscamos un sitio más apartado y allí nos quedamos fotografiando los colores y formas de los pintorescos pesqueros senegaleses.

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Volvimos a Somone cuando el sol se estaba poniendo y llegamos justo a tiempo para contemplar un bonito atardecer. Aquella noche cenamos en el hotel, disfrutando de la brisa del mar y acompañados de cientos de cangrejos que corrían por la arena.

 

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