De paso en el aeropuerto de Singapur

Changi. No se trata de algún tipo de té o de comida asiática, sino que es el nombre del aeropuerto de Singapur. Un aeropuerto un tanto peculiar pues encontramos en él hasta un jardín de mariposas. Entre asientos de colores, una moqueta de tonos grisáceos, tiendas de joyas o electrónica y cadenas de comida rápida; podemos encontrar también algunos espacios verdes, muchas plantas en flor e incluso algunos árboles que parecen crecer de la moqueta. Asimismo hay un estanque lleno de peces blancos y naranjas al que los viajeros dedican un par de minutos y, si tienen suerte, incluso alguna foto. La naturaleza se combina de forma curiosa con la tecnología y se deja entrever entre los sillones de masajes y las tiendas de Prada y Gucci.

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“Is it your first time in Singapore?”, me había preguntado una mujer en el avión. “Yes, it is”. “You cannot chew gum, it is not allowed”. Qué raro, pensé, aunque no le di mayor importancia. Guardé el chicle y nos preparamos para salir del avión.

Lo primero con lo que uno se encuentra al entrar en Changi es un Photo Corner, o un rinconcito donde poder hacerse la foto de rigor entre vegetación, fuentes, pequeñas lucecitas y un cartel azul que da la bienvenida. “Changi airport Singapore”, se puede leer. Al lado, un monitor te invita a valorar el servicio a través de un sistema de emoticonos. ¿Una sonrisa muy grande? Bien, quiere decir que has quedado encantado con el Photo Corner.

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Después de revisar el panel de las salidas nos dirigimos hacia la puerta de embarque, sin embargo, un área de ordenadores se interpone en nuestro camino. Han sido demasiadas horas sin internet. Primer intento de abrir el correo: fallido. Primer intento de entrar en Facebook: fallido también. A Gmail y a las redes sociales les cuesta más que a nosotros asimilar que estamos lejos de casa. “Está prohibido mascar chicle”, recordé; y aproveché para ver qué tenía que decir Google al respecto. Resultó ser verdad: no estaba permitido masticar chicle en Singapur desde el año 92, cuando su primer ministro Goh Chok Tong lo prohibió a causa de los actos de vandalismo asociados a éste y al elevado coste que suponía su limpieza. Por lo visto, se trata de un tema bastante polémico en el país. Las multas por tirar un chicle en la vía pública pueden ser de hasta 500 dólares.

No teníamos mucho tiempo más antes de embarcar así que dejamos atrás los ordenadores y nos propusimos encontrar el jardín de mariposas. No fue tarea difícil, pues estaba bien señalizado. Un pequeño microclima envolvía este curioso jardín, donde algunas mariposas de alas negras descansaban sobre plantas exóticas. Había una cascada y una especie de cueva artificial. Se podían ver también los capullos de los cuales saldrían las mariposas y algunos paneles con información sobre los insectos. El calor era insoportable y ya llegábamos justos para coger el avión. Adiós, mariposas. Y nos dirigimos a la puerta de embarque, donde una azafata de Singapore Airlines vestida con una falda y camisa a flores comprobó nuestros billetes y nos deseó un feliz vuelo.

 

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