Wellington, capital de Nueva Zelanda. También la llaman The Windy City y no les falta razón. Es sin duda la capital menos “capital” que he visitado en mi vida. Tiene la apariencia de una gran ciudad, solo que está vacía. ¿Dónde está todo el mundo?, me estuve preguntando desde que llegué. Hay comercios, bares y restaurantes, pero no hay gente en sus calles. No debería extrañarnos tanto si tenemos en cuenta que Nueva Zelanda solo tiene alrededor de 5 millones de habitantes, sin embargo sigue resultando raro.
Para llegar a la universidad hay que coger el funicular que sube hasta la cima de la colina. ¿Ir a clase en funicular? Bueno, parece divertido, además desde allí se puede observar toda la ciudad. En lo alto de la colina encontramos también un inmenso jardín botánico. Continuando con las rarezas, uno de los bancos de los jardines rinde homenaje a un gato, por lo visto, un mítico animal de compañía que merodeó durante toda su vida por el campus universitario.
Volviendo al centro de la ciudad, el parlamento y la principal calle comercial de Wellington tampoco tienen nada que sea especialmente remarcable (Era imposible que lo tuvieran cuando estoy hablando de un banco dedicado a un gato).
Cuando ya había perdido toda esperanza en la que parecía una aburrida y totalmente mediocre ciudad, apareció ella: la calle Cuba, escrito con letras rojas y provocativas. Toda la vida y personalidad que le faltaba al resto de la ciudad se concentraba en esta pequeña calle peatonal.
Música cubana desde algunas de las tiendas, mucho ambiente bohemio y barecillos la mar de peculiares. A la entrada de Cuba encontramos una fuente con muy mala leche, pues vierte agua sobre aquél que se descuida. Es de colores chillones y está formada por lo que parecen palas de jugar en la arena. “Bienvenido, mójate”, parece decir. A su lado un niño sostiene una guitarra, parece estar dispuesto a tocarla. Muchas boinas, gafas de sol, labios rojos, peinados poco peinados, barbas y bigotes. Un hombre, tirado en el suelo, sujeta un cartón en el que se puede leer: “blah blah blah money blah blah blah please blah blah blah”. Más gente bebiendo cerveza.
De repente se oye desde un balcón a alguien tarareando el himno americano. ¿Cómo?, ¿Qué está pasando?, ¿Calle Cuba? Como de la nada sale un hombre vestido entero con un traje decorado con la bandera americana, también lleva una banderita a juego. Nada acaba de tener sentido. A su lado, unas chicas beben tranquilas una taza de té. Un hombre canta acompañado de una guitarra y frente a él un chico rubio le hace la competencia resolviendo un cubo de Rubik. Nada acaba de tener sentido en esta calle. De fondo, música cubana.