Llegamos a Kerman desde Yazd muy cómodamente en autobús. La verdad es que en las estaciones todo el mundo nos ayudó y las carreteras estaban en muy buenas condiciones. Además, los autobuses eran amplios y estaban limpios. De hecho, no tuvimos ningún problema viajando en autobús pero no podemos decir lo mismo de los taxis. Es más, fue en Kerman donde más miedo pasamos dentro de un taxi. El primer episodio tuvo lugar nada más llegar a la estación de autobuses, donde no supimos escoger muy bien a nuestro taxista, sobre todo a nuestro taxi. Los asientos de delante se sujetaban con una cadena de hierro, el maletero iba cerrado con una cuerda, uno de los espejos retrovisores estaba completamente caído, los cinturones… ¿cintuqué? Como os podéis imaginar, el conductor no le tenía demasiado aprecio a su coche y tampoco tenía ningún respeto por las normas de circulación. No obstante, esto fue solo una pequeña muestra de lo que veríamos después.
Llegamos al hotel donde queríamos hospedarnos y para nuestra sorpresa estaba completo así que decidimos pasar la noche en una especie de pensión de mala muerte. La primera impresión que tuvimos de Kerman no fue especialmente reconfortante, aunque poco a poco fuimos reconciliándonos con la ciudad. Aquel mismo día por la tarde fuimos a dar una vuelta por el centro histórico y a recorrer el bazar. Además, también visitamos el complejo Ganj Ali Khan que cuenta con un hammam y un caravanserai. Allí charlamos con varios turistas de diferentes partes de Irán y sacamos varias fotos. Después para coger fuerzas fuimos a tomar el té.
Al volver al hotel aquella tarde-noche llegó el verdadero drama. Decidimos parar a un taxi cualquiera y como ya empezaba a oscurecer no reparamos en el estado del coche. Cuando se paró delante de nosotros ya era demasiado tarde. Habéis leído la descripción anterior del taxi que nos llevó desde la estación de autobuses hasta el hotel, ¿verdad? Pues éste era francamente peor. Estaba completamente lleno de abolladuras y muy pronto íbamos a descubrir por qué. El taxista conducía dando tumbos de un lado a otro, saltándose semáforos y a dos centímetros del coche de al lado. “Le decimos que pare y nos bajamos”, decía yo. “Tranquila, que ya llegamos”, era la respuesta. Yo casi le rezaba a Alá sin soltar la agarradera del coche, una de las pocas piezas que todavía estaba en su sitio. Sí, por supuesto que chocamos. Era inevitable. Aunque por suerte íbamos despacio en aquel momento. Pero nada, cuatro gritos al otro conductor y seguimos nuestro camino. Hondos suspiros al llegar al hotel. En este momento tomamos una decisión: no volveríamos a subir a un taxi que no se encontrara en perfecto estado.
Cenamos en el hotel de al lado y nos fuimos a dormir temprano, pues el día siguiente habíamos contratado una excursión de todo el día, ¡en taxi! Por suerte el conductor fue el más prudente que encontramos en todo Irán, lo cual ya nos vino bien después del susto del día anterior.
La primera parada del día fueron los jardines de Mahan. A la entrada del recinto cientos de iranís se reunían con su familia y amigos para hacer un picnic. Sentados en el suelo y con todo tipo de comida pasaban el día de forma agradable bajo la sombra de los árboles. Los jardines de Mahan con sus imponentes fuentes y escaleras bien merecen una parada. Cuando volvimos al taxi nos esperaba nuestro conductor con unos helados.
Seguimos nuestro camino y al cabo de un buen rato llegamos al Fuerte de Rayen, un castillo completamente construido en abobe. Esta fortificación data del siglo X o XI y hoy en día se encuentra en fase de reconstrucción después del fuerte terremoto que tuvo lugar en el año 2003. Pasear por las diferentes callejuelas y subir a los tejados es toda una aventura. Nos vino bien estirar las piernas y perdernos entre las paredes de adobe. Rayan era un anticipo de lo que sería nuestro destino final aquel día: la ciudad de Bam.
Llegamos a Bam después de muchos quilómetros en coche y como en otros sitios nos sorprendió gratamente la poca cantidad de turistas que había. La verdad es que la ciudadela todavía está muy resentida y las labores de reconstrucción avanzan lentas. El terremoto que azotó Bam en el año 2003 dejó completamente en ruinas está ciudad de adobe. En este trágico suceso murió el 60% de la población de Bam.
Es una visita interesante, aunque casi lo es más por lo que fue esta ciudad y su historia que por lo que realmente queda de ella.
Cuando conseguimos encontrar a mi padre que se había perdido entre las ruinas de Bam pusimos rumbo de vuelta hacia la ciudad de Kerman. Había sido una jornada tan completa como cansada. Al día siguiente nos dirigiríamos al desierto de los Kaluts.
Por la mañana volvimos al centro de la ciudad para acabar de dar una vuelta y también comer algo, pues no teníamos nada planeado hasta por la tarde-noche, que es cuando iríamos al desierto a ver la puesta de sol.
Llegamos al desierto de los Kaluts cuando el sol empezaba a descender. Nuestro taxista había traído una sandía que devoramos rápidamente y una botella de agua para cada uno de nosotros. Al salir del coche la temperatura era altísima. ¿Sabéis la sensación que uno experimenta cuando abre la puerta del horno? Pues esa misma sensación era constante. La temperatura era tan alta y el clima tan seco que no podías separarte de la botella de agua. Parecía que estuvieses respirando polvo en todo momento. Aunque al levantar la vista dejabas de pensar y solo podías observar las formaciones rocosas que se extendían hasta el horizonte. El calor difuminaba el paisaje ante nuestros ojos y derretía los diferentes colores. Tonos grises y marrones se intercalaban conjuntados. Y silencio. Mucho silencio. No se escuchaba nada más que nuestros pasos. Escogimos una piedra bien alta y allí esperamos hasta que el sol desapareció entre la arena.
Teníamos previsto dormir en un pequeño pueblo cerca del desierto en una modesta casa tradicional y así lo hicimos. Al llegar, la familia que vivía allí nos acogió con los brazos abiertos. Mientras esperábamos la cena nos volvieron a dar más té y sandía y la anfitriona nos estuvo enseñando su libro de visitas. Sabía por los dibujos y el lugar que ocupaban en la libreta de qué país procedía cada turista. También tenía un libro de inglés ya que estaba estudiando el idioma. A nosotros nos prepararon una mesa y comimos un delicioso pollo guisado acompañado con arroz. Los hombres de la casa comieron en el suelo junto a nuestro taxista, y las mujeres lo hicieron en una habitación aparte. Al acabar la cena, nos dimos una ducha y finalmente nos metimos en la cama. Un dato curioso es que la puerta del baño estaba custodiada por una cabra que podía darte un susto de muerte si no te acordabas de que estaba allí.
Dormimos muy bien, aunque poco, porque a la mañana siguiente nos volvimos a despertar para ver el amanecer desde el desierto. La temperatura era claramente diferente y también la sensación. Esperamos pacientemente al principio, aunque luego todo fue muy rápido.
[Y de pronto, un pequeño punto de luz…lo iluminó todo]