Llegamos a Mashad en autobús desde Kerman después de un buen madrugón. Nos costó mucho encontrar el hotel donde teníamos reserva pero después de preguntar y volver a preguntar finalmente lo conseguimos. Yo dije basta y me quede durmiendo un rato en el hotel porque estaba agotada, aunque mis padres, que son incansables, salieron a dar una vuelta. Casi a la hora de comer volvieron a buscarme y retomamos el paseo todos juntos. Igual que en Ghom, la gente era claramente más conservadora a la hora de vestir. Muchas mujeres vestían el tradicional chador iraní en vez de únicamente el velo. Mashad es la segunda ciudad más grande del país y es también el principal centro religioso de Irán. Alrededor de 30 millones de peregrinos iraníes visitan Mashad cada año y también lo hace otro millón de fieles procedentes de otros países. El principal motivo de su visita es el mausoleo del octavo Imán, también conocido como Ali Reza.
Comimos en un modesto restaurante un poco de pollo y ternera con arroz, el menú diario. No es de extrañar que al volver a España pesáramos dos kilos menos. Habíamos estado siguiendo una estricta dieta a base de arroz hervido y pollo durante 3 semanas. Exagero un poco pero es verdad. Aunque no puedo quejarme cuando en el restaurante nos trataron como reyes. Un camarero que desbordaba simpatía insistió en tomarnos nota y servirnos desde la mesa cuando el resto del mundo tenía que ir a pedir a la barra. “Los mejores clientes del mundo”, decía en inglés, e iba anunciándolo a las otras mesas. Nosotros, entre divertidos y algo extrañados nos preguntábamos a qué se debía su reacción. Al final supusimos que no debían de ir muchos turistas a ese restaurante. Nos despedimos alegremente y seguimos nuestro paseo. Ya habíamos descubierto que la mejor hora para visitar las mezquitas era antes de que se pusiera el sol, de esta manera puedes verlas con luz natural y también iluminadas, pero debido a la dimensión de este templo, después de un rato caminando pusimos rumbo al Mausoleo del Imán Reza. Es un complejo extensísimo construido en el año 818 que incluye varias salas de rezo, una biblioteca, un museo e incluso un comedor para los peregrinos. Se trata de hecho de uno de los recintos más grandes del mundo musulmán. Hemos dejado las cámaras y mochilas en el hotel para no tener ningún tipo de problema. Nos ponemos una vez más los incomodísimos chadors y entramos en el templo. Hay una gran variedad de salas, patios y edificios, por lo que nos tomará un buen rato visitar todo el mausoleo. Estamos muy atentos por si suenan las campanas, porque eso querría decir que ha ocurrido un milagro. No tuvimos esa suerte. Visitamos las diferentes salas de rezos y nos sentamos en una de ellas para ver a los devotos orar y conversar entre ellos.
En otras mezquitas, es habitual ver cómo los fieles se tumban en la moqueta para descansar, pero en ésta los que se atrevían a estirarse en el suelo no duraban mucho rato, pues enseguida venía alguien de seguridad y con su plumero les obligaba a levantarse. Los únicos que tenían inmunidad eran los niños, que correteaban de un lado a otro jugando. Había muchas familias y gente de todas las edades, algunos de ellos realmente emocionados. Rezaban de pié, de rodillas y con la cabeza apoyada en el suelo. Los más devotos parecían estar en trance. Algunos de ellos leían versos del Corán, otros los recitaban de memoria. La fe y la espiritualidad llenaban este enorme complejo.
Nos volvimos a poner en marcha y como ya era algo tarde solo llegamos a ver el museo principal. Es una peculiar mezcla de colecciones que no tienen nada que ver las unas con las otras. Podemos encontrar desde diferentes tesoros de la mezquita, como lujosos mirhabs, hasta una exposición de animales marinos. Pasamos un rato entretenido, pero nada imprescindible.
Todavía nos faltaba visitar el sitio más sagrado de todo el mausoleo: la tumba del Imán Reza. Nos acercamos discretamente y enseguida pasamos a formar parte de la masa de mujeres que se dirigía al santuario. Un tono verde iluminaba la sala y le concedía una especie de aura irreal sobre la que destacaba la tumba del octavo imán. Cubierta en oro y arropada por todas las oraciones de los fieles. Besada, abrazada, empapada en lágrimas. Así se presentaba el sepulcro del Imán Reza. Las devotas sollozan, suspiran, sonríen, incluso gritan y se acercan a tocar y besar la tumba con apasionada espiritualidad. Solamente después de pasar por delante y dejar atrás el tumulto de fieles y el santuario sagrado, vuelve de nuevo la tranquilidad y el sosiego, de golpe, y es entonces cuando empiezas a ser consciente de lo que acaba de ocurrir.
Ya está anocheciendo y han iluminado todo el complejo. Llevamos horas en el mausoleo pero su magnetismo nos retiene. En uno de los patios empieza a haber mucho movimiento de gente y vemos cómo los hombres van abandonando el lugar. Nosotras nos quedamos y esperamos pacientemente. En ese patio van a rezar las mujeres. Aguardamos hasta entonces, pero cuando empieza el rezo decidimos marcharnos por respeto.
Todos los patios están repletos de fieles que rezan al unísono como una marea humana. Su movimiento es casi hipnótico. Finalmente, cuando acaban las oraciones salimos del complejo y nos sorprender ver que en la puerta reparten agua y un tentempié. El mundo exterior es totalmente diferente.
Fuera del recinto la ciudad se ha vuelto un caos y el tráfico inunda las calles de Mashad. Intentamos coger un taxi sin mucho éxito y caminamos largo rato hasta que finalmente lo conseguimos. Desde el taxi, volvemos a sentir el contraste entre el Mausoleo del Octavo Imán y el ajetreo de la ciudad. No todos los días se visita uno de los complejos musulmanes más grandes del mundo.