Las cuevas de Waitomo

Wai (agua) y Tomo (agujero). La pequeña ciudad de Waitomo, situada en la costa oeste de la isla norte de Nueva Zelanda, es conocida por el complejo de cuevas calizas que alberga. En la zona, podemos encontrar alrededor de trescientas rutas por cuevas y cavernas, sin embargo, aquí centraremos nuestra atención en dos de las cuevas de Waitomo: Glowworm y Ruakuri.

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La visita a la cueva de Glowworm comienza como otra cualquiera. Una guía que parece maorí nos va indicando por dónde pisar y qué camino tomar. Después de la básica explicación modelo sobre las estalactitas, estalagmitas y de los cien años que éstas necesitan para crecer un solo centímetro, la guía ilumina con su linterna algunas formas. Aquí vemos el elefante, allá el pastel, más al fondo el órgano. ¡Novedad! Sobre nuestras cabezas se encuentra la figura de un kiwi, un pequeño animal endémico de Nueva Zelanda. Nosotros le encontramos cierto parecido con una gallina oscura y de pico alargado.

Continuamos por túneles poco iluminados y húmedos hasta llegar a La Catedral, una caverna que por su forma recuerda a estas grandes construcciones de carácter religioso. Por lo visto, la acústica es tan buena que se han llegado a celebrar importantes conciertos en el interior de esta cueva. La guía nos invita a cantar y probar su sonido pero nadie se anima.

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Llega el momento que estábamos esperando: el paseo en barco para ver los famosos glowworms que dan el nombre a la cueva. Se trata de unos minúsculos gusanos luminosos que transforman las paredes de la caverna en un cielo estrellado. Todo el mundo está en silencio, poco a poco nos vamos quedando a oscuras y al final solo quedamos estos diminutos puntos de luz y yo. Ya no sé si los que se mueven son ellos o soy yo misma. Brillan más o menos y se expanden según parpadeo. Son blancos, pero ahora son de un blanco amarillento y luego azules, o verdosos. Son casi hipnóticos y parecen balancearse, aunque quizá sea la barca. No estoy segura de cuánto tiempo estuvimos a solas, sólo sé que poco a poco fue llegando la luz y con ella el resto de personas y mis amigos quedaron ocultos en la oscuridad.

También se pueden ver algunos glowworms en la cueva de Ruakuri, a la que se entra descendiendo por una escalera de caracol iluminada discontinuamente. Esta entrada se utiliza para evitar pasar por el que fue un antiguo sepulcro maorí. La entrada alternativa, con su escalera de caracol y el posterior pasillo en forma de tubería gigante, parece más bien la antesala de la guarida de un malo de dibujos animados. Por suerte, al abrir la puerta del final del pasillo nos encontramos con formaciones calizas. La cueva de Ruakuri es algo más estrecha que la anterior y no tiene tanta presencia de glowworms, sin embargo las formaciones de sus rocas y cavernas son mucho más espectaculares que las de la primera. Además, durante el paseo por Ruakuri nos acompaña un pequeño riachuelo.

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Al salir de la cueva es importante no olvidar mojarse las manos en la fuente que se encuentra al final del camino, pues según dicen, esto ayuda a dejar atrás los espíritus. Por desgracia, cuando la guía nos advirtió, la mayoría ya estábamos en lo alto de la escalera de caracol.

 

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