El oasis religioso de Qom

Nos dirigimos a la estación de autobuses de Teherán con la intención de poder coger lo antes posible un autobús hacia Qom. Se trata de la segunda ciudad más religiosa de todo Irán (después de Masahd), se encuentra a unos 150 km al sureste de Teherán y cuenta con más de 1 millón de habitantes.

Antes de salir del hostal, nuestro anfitrión se había mostrado sorprendido ante nuestro deseo de visitar esta ciudad. “¿Puedo haceros una pregunta?” nos dijo tímidamente “¿Sois musulmanes?”. Ante la negación y con algo de recelo nos preguntó que por qué queríamos visitar Qom y nos advirtió de lo extremistas que podían llegar a ser allí. Le dimos las gracias por la información y seguimos con la ruta prevista.

Nada más llegar a la estación de autobuses nos preguntan que a dónde vamos y en cuestión de segundos nos encontramos montados en un autobús de camino hacia nuestro próximo destino. Quedamos encantados con lo fácil que es viajar en autobús y lo cómodos y amplios que son en este país. Además, si decides viajar en los autobuses VIP hasta recibirás unas galletitas y algo de beber. ¡Por el precio que tienen vale mucho la pena! Eso sí, la temperatura puede ser 15 grados menos que en el exterior. Es probablemente uno de los pocos momentos en los que agradecerás llevar velo.

Las carreteras son buenas y el viaje es tranquilo. A medio camino, el chico sentado en el asiento de delante nos pregunta que si estamos seguros de querer ir a Qom. Le decimos que sí convencidos y nos deja su número de teléfono por si tenemos algún problema en la ciudad. Una vez más vuelve a relucir la amabilidad iraní. Al llegar a nuestro destino hay varios taxis esperando y cogemos sin problemas uno de ellos para que nos lleve hasta el hotel. El chico que se había ofrecido ayudarnos en el autobús nos pregunta que si puede compartir el taxi con nosotros y así lo hacemos. Para nuestra sorpresa es él quien acaba pagando el trayecto. Nos explica que se llama Farzad, es músico de profesión y vive en Isfahan. Como no acepta nuestro dinero del taxi llegamos a un trato: en Isfahan le invitaremos a cenar. Muy agradecidos nos despedimos y entramos en el hotel Mahan: un lugar céntrico y agradable. Cuando ya estamos instalados en la habitación, uno de los chicos del personal del hotel entra con un váter portátil para acoplarlo al agujero en el suelo que hay en nuestro baño. Aquí este tipo de lavabos son los más frecuentes, un agujero sin papel y con un chorrito de agua para poder lavarse. No entraré en detalles, pero sí que diré que el váter mixto presenta ciertas dificultades.

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Nos vestimos de negro de pies a cabeza para no desentonar con las mujeres de Qom y salimos en dirección a la Mezquita dedicada a Fátima, la mujer del octavo Imán. Este templo, también conocido como Hezrat-e Ma’sumeh, es el más sagrado de toda la ciudad.  Miles de peregrinos se congregan en este recinto para rendir culto a sus creencias. Entrar en el santuario de Fátima no es tan fácil si no eres musulmán, sin embargo con discreción y un poco de suerte uno puede acceder a la mezquita. Hemos comprado un chador para cada una, así que vamos preparadas, aunque la vestimenta no garantiza nada. Rodeamos el templo para llegar  a la entrada para mujeres y pasamos por el control en el que revisan tus pertenencias. Yo paso sin problemas, probablemente debido a que me confunden con una local más, pues en varias ocasiones me han dicho ya que parezco iraní. Sin embargo con mi madre se muestran más recelosos. “¿Eres musulmana?”, le preguntan por segunda vez en el día de hoy. Ella responde con un sincero “no” y finalmente le dejan entrar.

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Dentro se respira devoción. Está anocheciendo y vemos cómo poco a poco van iluminando la mezquita. Es probablemente el sitio menos turístico y auténtico que hemos visitado en este viaje. Los velos negros inundan los patios del complejo y contrastan con los vivos colores de la mezquita, mientras que una cúpula dorada se alza hacia el cielo custodiada por dos minaretes gemelos. Conseguimos acceder al patio central protegido por unas vallas y con discreción nos acercamos a la tumba de Fátima. Decenas de fieles se amontonan sobre ella, la tocan, la besan, la abrazan. Rezan con fervor y algunas de ellas incluso lloran. Un ambiente cargado de fuerza e intensidad protege este santuario. En el patio principal los creyentes rezan desde el suelo siguiendo los cánticos del muecín. Echamos un último vistazo al templo y damos media vuelta para continuar nuestro camino.

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Salimos a la calle y observamos desde la distancia una vez más el templo de Hezrat-e Ma’sumeh. Un granizado de limón nos devuelve a nuestra realidad.

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