Parece mentira que una isla que mide solo siete km a lo largo y uno a lo ancho sea la más turística de Filipinas. Sobre todo nos encontramos con chinos, coreanos y rusos. Sin embargo hay dos partes muy bien diferenciadas dentro de Boracay, la propiamente turística y la parte que es más local, la de ellos por así decirlo. Esta segunda zona no se diferencia en exceso del resto de lugares que hemos visitado en el país: es bastante pobre y algo más destartalada, además la playa es mucho más sucia, allí es donde se vierten todas las cloacas.
No obstante, nos centraremos en la parte turística, que es la que más llama la atención.
La playa en esta zona es realmente bonita, el mar es de azul muy vivo y se ven cientos de barcos de vela azules desde costa. También es un lugar muy apropiado para el kitesurf o el windsurf.
La primera línea esta repleta de restaurantes y bares que se protegen del mar con una especie de pared formada por plásticos y maderas. A primera hora de la mañana la marea está muy alta y no hay playa, las olas rompen directamente contra esta pared.
Todo el paseo marítimo está repleto de comerciantes y gente que te ofrece sus servicios: tatuajes de hena, buceo, hacer snorkeling, un masaje… Día y noche se ven a miles de turistas que pasean por la zona.
Por si no era aún lo suficientemente turístico, nada más salir de la playa se entra en un complejo comercial al aire libre en el que se pueden ver cientos de tiendas de ropa, complementos y chancletas. Marcas como billabong o quiksilver están por todas partes.
También hay muchos restaurantes de comida basura, de perritos calientes, hamburguesas y crepes o helados. Nos llama la atención uno de los restaurantes: El Hobbit. En sus paredes hay pósters del señor de los anillos, aunque lo más curioso es que todos sus empleados son enanos, miden poco más de un metro.
Boracay es una trampa para turistas, aunque eso sí, una singular trampa.