Los hospitalarios iranís: Qazvin y sus alrededores

Llegamos a Qazvin en autobús desde Tabriz sin ningún tipo de problema. Allí pasaríamos nuestras últimas tres noches antes de volver a Teherán. La ciudad de Qazvin nos abriría sus brazos para despedirnos finalmente con un caluroso abrazo iraní.

El primer día en la ciudad lo dedicamos a pasear por el centro, visitar el elegante bazar y a planificar las excursiones de los siguientes dos días. Decidimos tomárnoslo con calma, pues pensamos que lo que nos quedara por ver lo acabaríamos de visitar el último día. Las excursiones, las pudimos contratar cómodamente desde el hotel donde nos alojábamos, lo cual facilitó mucho las cosas. Una vez estuvo todo concretado salimos a cenar aunque no tardamos mucho en volver. En el paseo de vuelta estuvimos a punto de parar a cortarnos el pelo, pues parecía que las peluquerías no cerraban nunca. No obstante, resistimos la tentación y llegamos al hotel con nuestras melenas intactas. El día siguiente pondríamos rumbo al pueblo de Masuleh.

Excursión 1: Masuleh y el Castillo de Rudkhan

Masuleh es un pequeño pueblo de montaña muy popular como destino turístico local, por lo tanto, nos cruzamos con muchas familias iraníes que venían a disfrutar de unos días de vacaciones. Nuestro conductor nos dejó en la entrada del pueblo y accedimos a él curiosos de ver lo que nos encontraríamos. La primera parada la hicimos en una pequeña cascada en la que los turistas se hacían fotos e incluso algunos valientes se bañaban. Desde esa zona, las vistas del pueblo de Masuleh eran inmejorables.

 

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Esta modesta villa se encuentra construida en la montaña, casi de forma vertical, y sus casas se amontonan con gracia y de manera ordenada las unas sobre las otras.  Las calles de este pequeño pueblo se encuentran repletas de restaurantes y tiendas de recuerdos hechos a mano. Las muñecas y los bolsos son los suvenirs que más abundan. Nosotros no resistimos la tentación de parar en una tiendecita para curiosear y preguntar el precio de unas carteras.

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Seguía haciendo calor así que compramos un granizado de granada y paseamos por este encantador lugar durante un buen rato. Cuando ya volvíamos hacia el taxi una familia iraní se acercó a preguntarnos de dónde veníamos y a pedirnos unas fotos. Eran de Tabriz y habían venido de vacaciones a Masuleh, igual que nosotros. Fueron ellos los que nos explicaron que las casas iranís antiguas tenían dos picaportes distintos para llamar: uno para hombres y otro para mujeres. El que tenían que utilizar ellas era más fino y por lo tanto el sonido era diferente. De esta manera, desde el interior de la casa sabían si tenía que salir a recibir a los invitados un hombre o una mujer. Muy agradecidos por la explicación, nos despedimos de la simpática familia de Tabriz y también del pueblo de Masuleh. Al llegar al taxi, nuestro conductor ya estaba esperando con cara de preocupación.

La segunda parada prevista era en el castillo medieval de Rudkhan, una excursión muy popular entre los iraníes. De camino, nuestro conductor nos estuvo hablando de su hijo pequeño y nos enseñó algunas fotos en su teléfono móvil. Finalmente, nuestro simpático taxista nos dejó en el aparcamiento y subimos con la lengua fuera hasta alcanzar el castillo. Antes de empezar la excursión nos llamó la atención que muchos de los domingueros llevaban palos para ayudarse a subir pero lo más curioso de todo es que antes de comenzar la caminata, justo donde acababa el parking, había decenas de tiendas y vendedores móviles que se desplazaban hasta allí para que no te faltara de nada. Todos estos vendedores ocupaban los primeros kilómetros de la excursión.

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Además, también había diferentes puestecitos de comida y agua donde podías parar a descansar. Había muchas familias y parejas iraníes subiendo hasta el castillo. El camino era corto aunque bastante pronunciado y además resbalaba, por lo que tenías que ir con cuidado. Los niños más pequeños acababan en los hombros de sus padres. Lo peor de todo, como siempre, era el calor. Hacer una excursión con velo es muy poco recomendable, por corta que sea. No teníamos mucho tiempo así que subimos rápidamente, avanzando a gran parte de los excursionistas.

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El paisaje boscoso era realmente bonito y la experiencia fue única, pues por un ratito nos convertimos en verdaderos turistas iraníes. Cuando por fin alcanzamos la cima ya era la hora de volver, aunque la bajada iba a ser algo más relajada. Comimos algo rápido de camino y volvimos exhaustos al taxi. Fue en este mismo taxi donde me olvidé al final de la jornada mi cámara. Había sido un día muy completo y aquella noche dormimos plácidamente.

Excursión 2: El castillo de Alamut y el valle de los asesinos

El siguiente día contratamos otra excursión con el que sería el mejor guía que tuvimos en Irán: Hamid. Era un chico joven de unos 30 años y gimnasta de profesión. Él nos llevó a toda prisa por carreteras de alrededor de Alamut. La excursión comenzó en un pequeño castillo del que solo quedaban 4 piedras, el castillo de Lambesar, aunque las vistas desde allí sí que merecían una parada. Nuestro conductor se había criado en esa zona, la conocía de arriba a abajo e incluso nos llevó a una pequeña cueva para que la visitáramos.

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Durante el camino fuimos explicándole cosas de España y él nos contaba cómo era su profesión y nos enseñaba algunas fotos. Había participado en varias competiciones de carácter internacional y eso le había permitido viajar más que muchos iraníes. Después de un rato en coche llegamos al lago de Ovan. En él nadaban algunos bañistas y disfrutaban del buen tiempo. De camino al lago nos cruzamos con una boda. La música se oía desde lejos y los hombres bailaban en medio de la carretera. Todos aplaudían y reían. “¿No bailan las mujeres?”, preguntamos. Hamid se rio y nos dijo que no en la carretera.

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La parada más interesante de esta excursión fue la del castillo de Alamut, una de las principales fortalezas utilizadas por la secta de los Nizaríes. Subimos hasta el castillo por un camino de tierra y Hamid fue recogiendo las botellas y plásticos que encontraba por la montaña. A mitad de camino se despidió y se separó de nosotros para rezar.

El castillo de Alamut fue ocupado por los Nizaríes en el año 1090 bajo las órdenes del Viejo de la Montaña. Esta secta, que se trata de una rama del Ismalismo, será conocida por sus enemigos como hashashins (palabra que más tarde derivaría en asesinos). Esta fama se debe a sus prácticas de homicidio político, pues los Nizaríes llegaron a aterrorizar a los gobernantes y políticos de Irán y Siria. Los miembros de esta secta eran hombres altamente entrenados que no dudaban en sacrificar sus vidas para proteger a los líderes de su comunidad. Hasan-i Sabbah fue el impulsor y líder de este movimiento. Las malas lenguas cuentan que la única manera de poder mantener la lealtad de sus hombres era mediante los efectos del hashish (de ahí también el sobre nombre que recibían). Los fieles harían cualquier cosa que su líder les ordenara para poder volver a disfrutar del paraíso al que accedían gracias al cáñamo indio o hashish.

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Cuenta la leyenda que un forastero amenazó con conquistar la fortaleza de Alamut y que proclamó la valentía sin igual de su ejército. No obstante, ante tal afirmación Hasan ordenó a uno de sus hombres que saltara al vacío desde una de las torres del castillo. Éste lo hizo y así quedó reafirmada la fidelidad y valentía de los nizaríes, que no le temían a la muerte.

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Después de visitar el castillo fuimos a comer a un restaurante local y con la barriga bien llena volvimos al hotel. En el camino de vuelta Hamid nos invitó a cenar a su casa y muy contentos aceptamos la invitación. ¡Qué amables y hospitalarios son los iraníes! Además, cuando ya estábamos en el hotel, nos llamaron de recepción. Era el taxista del día anterior y traía mi querida cámara, ¡la que me había olvidado en su coche!

Cenamos en casa de Hamid

Antes de que nuestro nuevo amigo iraní pasara a buscarnos con el coche fuimos a comprar unos dulces para llevar a la cena y otros para el taxista que nos había devuelto la cámara, pues él sería quien no llevaría al día siguiente de vuelta a Teherán. Hamid nos pasó a recoger puntual y nos llevó a su casa. En ella estarían esperándonos sus amigos, en total, dos chicos y dos chicas. Nada más llegar nos hicieron quitar los zapatos y nos invitaron a sentamos en el sofá. Se mostraron algo tímidos al principio, aunque poco a poco fueron soltándose. Los dos chicos eran los compañeros de piso de Hamid. Entre los tres compartían 2 pisos diferentes. Estuvimos hablando del precio del alquiler y la verdad es que me dieron ganas de mudarme a Qazvin. Ellos estaban escandalizados con los precios de Barcelona. ¡Y con razón!

Antes de comer nos sirvieron té un par de veces y también un poco de fruta. De fondo en la tele tenían puesto un concierto de Taylor Swift. Estuvimos hablando de la censura del país y nos dimos cuenta de que la práctica había muchas formas de evitarla. Por ejemplo, todos seguíamos más o menos las mismas series, la favorita de Hamid era Lost. Además, también tenían acceso a todas las redes sociales como Facebook o Instagram (que teóricamente están bloqueadas en el país). Nos dijeron que podíamos quitarnos el velo, que estaríamos más cómodas, y nosotras no nos lo pensamos dos veces. Además, ellas también se lo quitaron. Me dijeron que estaba guapa sin él, que es curiosamente lo yo estaba pensando de ellas.

Las dos chicas estuvieron hablando conmigo y me preguntaron por mi novio. “¿No le echas de menos?”. Sí, dije yo y les enseñé algunas fotos. Una de ellas era profesora y la otra abogada. Las dos eran guapísimas y muy curiosas. El idioma era un obstáculo aunque aun así nos supimos entender bien. Al cabo de un rato, Hamid fue a buscar la cena y volvió con una olla gigante de espaguetis preparados por su madre. Después de casi tres semanas comiendo arroz y carne la verdad es que estuvimos muy agradecidos de probar algo nuevo. ¡Estaban riquísimos! Cenamos en el suelo, algunos más incómodos que otros, y después volvimos a los sofás. Al final, no sé cómo convencimos a Hamid para que hiciera algunas acrobacias y a una de las parejas para que bailara. Pusieron música tradicional y nos deleitaron con un baile. La verdad es que se les daba realmente bien. Fue todo un espectáculo en pequeño comité.

También les preguntamos sobre el alcohol, que está prohibido en todo el país. “¿Queréis alcohol?”, respondieron ellos entre risas. Resistimos la tentación y dijimos que no. Estábamos muy agradecidos por haber tenido la oportunidad de pasar aquella velada única en compañía de un grupo de jóvenes iraníes que nos abrió la puerta de su casa, aunque no queríamos irnos muy tarde porque al día siguiente algunos de ellos trabajaban, así que nos despedimos y Hamid nos acercó en coche al hotel. Ellos insistieron en que, el día siguiente los que no trabajan, nos acompañarían y nos enseñarían la ciudad y nosotros accedimos de buen gusto.

Visitamos Qazvin en compañía de gente local

El día siguiente, nuestros amigos iranís vinieron a buscarnos al hotel y fuimos con ellos a visitar la ciudad. La primera parada fue en la casa tradicional Aminiha Hosseiniyeh, reconvertida ahora en un pequeño museo. Su patio y diferentes estancias decoradas con vidrieras de colores bien merecen una visita. Nuestros acompañantes iraníes nunca habían estado allí así que disfrutamos juntos de este lugar por primera vez.

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Después de esta visita nos dirigimos a la mezquita Imamzadeh Hossein, una de las más bonitas de la ciudad. En la entrada nos cruzamos con un grupo de niños y niñas que salían del colegio vestidos con sus uniformes y no pudimos evitar sacar algunas fotos. Esta mezquita de tonos azules y plateados fue la única que visitamos en compañía de gente local. Nos pusimos los chadors y entramos en el templo. Al ir acompañados pudimos sentarnos tranquilamente y estar todo el rato que quisimos contemplando el interior de la mezquita.

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Después de visitar el santuario, Hamid insistió en que fuéramos a comer con ellos y así lo hicimos. Pedimos unas pizzas y fuimos a su casa como la noche anterior. No queríamos ser una molestia así que al acabar de comer nos despedimos y quedamos en que seguiríamos en contacto. ¡Qué hospitalarios habían sido! Gente como ellos son los que realmente enriquecen tu viaje. Por la tarde acabamos de dar una vuelta por Qazvin, aunque ya con esa sensación de domingo por la tarde que anuncia que tus vacaciones están a punto de acabar.

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Haciendo balance de las tres semanas que habíamos pasado en el país solo podíamos afirmar que no hay nada mejor que viajar para acabar con los prejuicios infundados sobre lugares desconocidos.

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