Rumanía es tierra de castillos, leyendas medievales, guisos de montaña y naturaleza. Sobre todo si hablamos de la región de Transilvania, rodeada por los montes Cárpatos, como si se tratara de una fortificación más.
Nosotros teníamos claro que era una de las zonas del país que no nos podíamos perder y por eso fue una de las primeras paradas del viaje.
Llegada al castillo de Pelés
Llegamos a Sinaia en coche, con la lengua fuera, después de un primer contacto con las carreteras rumanas. Por la mañana habíamos estado dando un último paseo por las calles de Bucarest y eso había retrasado nuestra salida de la capital. ¡La verdad es que nos sorprendió el buen estado de las carreteras!
Nada más llegar a Sinaia dejamos el coche en el parking del castillo de Pelés y empezamos la subida. Sabíamos que no teníamos mucho tiempo antes de que cerraran pero confiábamos en poder visitarlo por dentro. ¡Podría haber sido un paseo agradable de no haber sido por las prisas! Es una zona llena de vegetación, desde donde se ve el castillo en lo alto de la colina. Había gente haciendo ejercicio, otros paseando a sus compañeros peludos y también muchos turistas. Pero lo que más me llamó la atención a mí fueron los vendedores de frutas silvestres: moras, arándanos y frambuesas para coger fuerzas en cada curva.
El castillo de Pelés es de la época de Carlos I de Rumanía. Se acabó de construir en el año 1914 y en su día sirvió como residencia de verano real. De hecho, este castillo fue uno de los más importantes del siglo XIX ya que disponía de su propia central eléctrica. Gracias a ello la realeza podía disfrutar de electricidad dentro del recinto, ¡y es que este castillo tenía hasta un ascensor! Pero lo más excéntrico se encuentra en el salón principal: se trata de un techo de cristal móvil accionado a motor y gracias al cual el monarca podía disfrutar de las estrellas en las noches de verano.
Sin embargo, este privilegio no duró mucho, ya que en el año 1948 los comunistas tomaron Pelés y poco después el castillo fue reconvertido en un museo.
La arquitectura es neorrenacentista y lo cierto es que el edificio es impresionante tanto de lejos como desde cerca.
Conseguimos llegar a la puerta de entrada orgullosos del sprint final colina arriba, aunque por desgracia nos quedamos con las ganas de poder visitarlo por dentro. No teníamos tiempo suficiente así que la recepcionista no quiso vendernos las entradas. A pesar de todo, nos lo tomamos bastante bien y aprovechamos para visitar los jardines, echar cuatros fotos e hincharnos a frutos del bosque de camino al coche.
Los adoquines y el color pastel de las calles de Brasov
Otra vez de vuelta en la carretera y esta vez con parada en Calea Poienii, donde teníamos previsto pasar la noche. Nos costó encontrar el hotel, pero fue de los mejores del viaje: una casa rústica, con piscina y vistas desde la habitación al popular cartel de ‘Brasov’, al más estilo hollywoodiense. Nos dimos un baño muy rápido (y también muy frío) y nos preparamos para dar una vuelta y cenar en Brasov.
Brasov es una ciudad de cuento, rodeada de montañas, con adoquines en sus calles y edificios color pastel. La plaza principal, la iglesia negra o la catedral de San Nicolás son algunos de los puntos de referencia. Caminamos hasta cansarnos y acabamos el paseo en el restaurante Sergiana, una típica taberna rumana donde descubrimos la comida tradicional. Guisos, sopas y potajes contundentes acompañados de polenta y mucha col, así es la cocina tradicional rumana.
Ya sabiendo a lo que íbamos, esa noche nos decidimos por goulash y sarmale. Además, de aperitivo nos trajeron unas cortezas de cerdo que ellos llaman jumari. El goulash fue todo un acierto, un estofado de carne y verduras que nos sentó estupendamente después de todo el día de visita.
Por desgracia, no puedo decir lo mismo del sarmale, unos rollitos de carne picada envueltos en hojas de col fermentada que probamos por primera y última vez en Brasov. Después de cenar, volvimos al apartamento para descansar y coger fuerzas porque al día siguiente tocaba uno de los platos fuertes del viaje.
El castillo de Bran y la leyenda de Drácula
Llegamos al castillo de Bran por la mañana y ya nos estaba esperando una buena cola de turistas. Leyendas de todo tipo acompañan esta fortificación, pero la que realmente le ha dado su fama es la del conde Drácula. Lo cual tiene bastante mérito porque aunque Bram Stoker se inspiró en la figura del gobernador Vlad Tepes para crear el personaje de Drácula, éste nunca habitó el castillo de Bran.
Para más inri, no existe ninguna evidencia de que el escritor irlandés hubiera visitado la zona de Transilvania, por lo que lo más probable es que toda similitud entre el castillo de Drácula y el de Bran sea pura coincidencia. ¿Pero quién fue Vlad Tepes? ¿Qué hay de historia y qué hay de ficción?
Pues bien, Vlad Tepes (apodado como el Empalador) fue de hecho uno de los gobernantes más importantes de Rumanía y es considerado un héroe nacional por defender al país de los ataques turcos. De hecho, se dice que empaló a más de 20.000 hombres en el bosque con el único objetivo de minar la moral de su oponente.
Cuenta la leyenda que era temido y respetado al mismo tiempo. Por eso, en una de las plazas principales de la ciudad habían colocado una copa de oro que nadie se atrevía a coger. El día que la copa desapareció fue porque había muerto Vlad el Empalador.
Pero bueno, nosotros que somos muy peliculeros decidimos olvidarnos de la historia real e imaginarnos al conde Drácula en una de las torres de este impresionante castillo medieval que se alza al borde de un acantilado. Así es más divertido, ¿no?
Rasnov y su ciudadela
Por la tarde volvimos a Brasov, pero no sin parar antes en el pintoresco pueblo de Rasnov. Su ciudadela en lo alto de la colina, el letrero con su nombre y la torre de la iglesia parecen haber sido colocados con mucho esmero en esta fotografía viva.
Acabamos el día de nuevo en Brasov y de recuerdo nos llevamos una multa de tráfico. En nuestra defensa diremos que la única forma de pagar en el parking era utilizando monedas y lo cierto es que no tuvimos monedas en todo el viaje porque tienen tan poco valor que apenas se utilizan. La alternativa era pagar con un sms, pero al no tener móvil rumano tampoco era una opción válida. Por suerte, a día de hoy la multa todavía todavía no nos ha llegado.
Después de este pequeño percance, dejamos Brasov un poco disgustados, pero se nos pasó enseguida al llegar a Sighisoara para seguir con la segunda parte de nuestra ruta de castillos por Transilvania.
Monumental, me gusta
Muchas Gracias Leire! ^^