Si la primera parte de nuestra ruta por Transilvania estuvo protagonizada por palacios, castillos y encantadores pueblos de postal; esta segunda parte destaca por unas peculiares minas de sal, la imponente carretera Transfagarasan y el castillo más bonito de Rumanía. Todo esto acompañado de las leyendas y misticismo propio del lugar. ¿Primera parada? Sighisoara.
Sighisoara: la ciudad que vio nacer a Vlad el Empalador
Sighisoara es la ciudad natal de Vlad Tepes y es sin ninguna duda uno de los enclaves más atractivos del país. Esta pequeña y pintoresca ciudad fortificada fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en el año 99. No faltan las callejuelas llenas de adoquines, los puestecillos de souvenirs y las fachadas de colores.
Primero dimos un paseo por el casco antiguo y después subimos a la torre del reloj, que destaca por haber sido la puerta de entrada principal a la ciudad. Lo particular de este reloj es su carrillón que cuenta con unas figuras de madera que simbolizan los distintos días de la semana.
Como no podía ser de otra forma, también nos acercamos a la casa donde nació Vlad Tepes, (recordemos) famoso en todo el mundo por haber servido de inspiración a Bram Stoker para crear la figura del conde Drácula. Hoy en día, ésta ha sido reconvertida en un turístico restaurante así que en nuestro caso solo la vimos por fuera.
Comimos cualquier cosa y cogimos de nuevo el coche en dirección a Turda. Nuestra idea inicial era parar en la ciudad de Biertan, pero de camino nos pilló el diluvio universal así que solo pudimos visitarla desde el coche. Las carreteras pasaron a ser pequeños riachuelos y esto hizo que tardásemos mucho más en llegar a Turda.
Aquella noche nos alojábamos en el hotel La Broscuta, un complejo turístico con una piscina de dimensiones olímpicas y temperaturas solo aptas para unos pocos valientes. Cenamos en el mismo hotel y nos atendió una señora adorable que no hablaba ni dos palabras de inglés. Por supuesto, la carta solo estaba en rumano, así que no sé ni lo que pedimos, pero nos lo trajo con una sonrisa de oreja a oreja y nosostros nos lo comimos muy agusto.
Al día siguiente nos esperaba una de las visitas más peculiares de todo el viaje: las minas de sal de Turda.
Las minas de sal Turda no dejan indiferente
Me atrevería a decir que las salinas de Turda son algo único en todo el mundo. Te pueden encantar o decepcionar, pero no te van a dejar indiferente. ¿Imaginas un lugar bajo tierra con cavidades de sal, lagos, suelos resbaladizos y temperaturas frescas? Añádele ahora luces blancas, barcas, una zona de minigolf, bowling y hasta una noria. Sí, eso son las minas de sal de Turda. El contraste entre naturaleza y modernidad, así como su enclave bajo tierra, hacen que muchos vean este lugar como la guardia secreta de un villano de cómic.
Después de recorrer parte del lugar a pie, cogimos un gran ascensor de cristal para bajar a la parte más profunda de las minas y aún con la boca abierta recorrimos este excéntrico lugar.
A la salida comimos una hamburguesa con patatas y volvimos a coger el coche esta vez en dirección a Hunedoara.
Dormimos en Daniel’s Complex, un hotel a las afueras en el que se celebran banquetes de bodas y otros eventos. La zona de jardines era preciosa y más con la iluminación de la piscina, pero no tuvimos tanta suerte con la habitación: nos tocó un grifo incontrolable y una cama más bien irregular. Eso sí, el personal fue muy amable y, aunque no nos entendimos muy bien con los camareros, al final cenamos unos ricos filetes de pollo empanados y disfrutamos de un episodio de Friends antes de ir a dormir.
El castillo de Corvino
A la mañana siguiente, desayunamos y lo primero que hicimos fue dirigirnos a Hunedoara para visitar el castillo de Corvino. He de decir que no es tan ostentoso como el castillo de Pelés, ni se encuentra en lo alto de una peña como el castillo de Bram, pero está lleno de magia, misterio y leyendas.
Fue construido por prisioneros turcos en el siglo XIV por orden de Juan Hunyadi y lo cierto es que es una de las fortificaciones más impresionantes de Transilvania.
Un puente levadizo nos marca el camino hacia la entrada del castillo que nos recibe con sus torreones afilados de pizarra roja.
Se dice que este castillo de estilo gótico-renacentista está maldito. La leyenda cuenta que los prisioneros que construyeron el pozo fueron condenados a muerte después de que se les hubiera prometido la libertad. Por ello, sus almas todavía velan por los pasillos y estancias de la fortaleza, igual que lo hacen las de los prisioneros que fueron lanzados al foso de los osos cuando ya no tenían fuerzas para seguir trabajando.
Nosotros nos quedamos maravillados con Corvino, y a pesar de ser el tercer castillo que visitamos en la zona, fue nuestro favorito.
Visita a la ciudad de Sibiu con parada en Alba Iulia
Por la tarde, cogimos otra vez el coche y nos fuimos de camino a la ciudad Sibiu, haciendo una pequeña parada en la fortaleza de Alba Iulia, donde estiramos las piernas y dimos un paseo.
En Sibiu nos estaba esperando la verdadera experiencia comunista. Un uniforme bloque de cemento albergaba nuestro apartamento para esa noche. Nos dieron las llaves en el parking y entramos con un poco de recelo. Varios buzones habían sido arrancados y todas las cartas estaban desordenadas en el suelo. A esta entrada lúgubre y sucia le siguió un ascensor que todavía no sabemos ni cómo funcionaba. El espejo estaba completamente roto y el ruido que hacía al subir no generaba ninguna confianza.
Para nuestra sorpresa, el apartamento estaba en muy buenas condiciones y esa noche a pesar del susto inicial dormimos estupendamente. Eso sí, antes de todo fuimos a cenar a una bodega tradicional, donde tuvimos la oportunidad de escuchar en directo un poco de folklore local. La verdad es que no nos acabó de convencer como hilo musical para una cena romántica así que no tardamos mucho en irnos a la cama.
La ciudad de Sibiu bien tiene una visita con sus calles adoquinadas, plazas y torres medievales. Fue fundada en el siglo XII por colonos sajones y esto ha quedado reflejado tanto en la arquitectura como en los nombres de la ciudad. Si hay que destacar algo de ella, sería sin duda la torre del Consejo, la catedral evangélica, el palacio Brukenthal y la arquitectura germánica del casco antiguo.
Antes de iros, no os olvidéis de pasar por el puente de las mentiras. Eso sí, siempre llevando la verdad por delante porque cuenta la leyenda que el puente se vendrá abajo en el caso de que quien lo cruce no esté siendo sincero.
Aquella misma tarde, no nos dio nada de pereza volver a coger el coche y es que nos estaba esperando la que dicen que es una de las carreteras más bonitas de toda Europa: la famosa Transfagarasan. Son 90 kilómetros de curvas que recorren la parte alta de los Cárpatos.
Ruta por la Transfagarasan
Empezamos la subida con emoción y rodeados de bosques de abetos. En la primera parada, compramos a un vendedor ambulante unas mazorcas de maíz asadas y nos las comimos disfrutando del primer contacto con esta emblemática ruta.
La niebla se iba volviendo más densa a medida que íbamos ganando altura, pero en cuanto despejaba, el paisaje era impresionante. Las vistas desde lo alto te permiten ver la serpenteante carretera antes de seguir recorriéndola. Paramos a ver cascadas, monasterios y a respirar aire limpio.
Por la carretera iban cruzando animales, vimos ovejas y también cerditos que se apresuraban detrás de su madre. Hacía frío y mucho viento al salir del coche, pero eso no importa cuando estás de vacaciones recorriendo una de las zonas más bonitas de Transilvania.
Aquella noche dormimos en un pequeño hotel de montaña situado al final de ruta y perfecto para seguir desconectando antes de volver a la capital.
Al día siguiente, decidimos reponer fuerzas en un complejo termal en las afueras de Bucarest: Termi. Pasar la tarde entre piscinas, saunas y masajes fue justo lo que necesitábamos antes de volar a nuestro siguiente destino: Bulgaria. ¿Estaría a la altura de Rumanía? Lo íbamos a descubrir muy pronto.
Más allá que la fama cogida en las novelas. Bonita